jueves, noviembre 16, 2006


VELANDO EL SUEÑO

Pasan cuatro horas de la medianoche. Dormiste tres horas profundamente. El sueño corto e intenso del que nada debe y del que nada espera. Tu descanso es el mío. Llego a la conclusión más absurda posible: te quiero y no espero nada a cambio. Ya lo sabía. Poco consuelo para el que busca en su interior conclusiones novedosas que la situación requiere. Triste vanidad la nuestra. Nada te debo porque tú nunca esperaste nada de mí. Concluyo también que no sólo de la mala conciencia padece el hombre. La buena, la del deber cumplido desinteresadamente, puede doler más.

Me doy cuenta que mirándote mecido a los brazos de Morfeo soy mejor persona. Asumo también, que observándote en tu sueño, ausente, soy consciente de lo que puedo llegar a quererte. Apenas un metro me separa de ti, con la frialdad tierna del que duerme y pierde la noción del tiempo y el lugar, y por ende, de la compañía, siento que he aprendido de golpe a valorarte por lo que eres y por lo que me haces ser. La luz tenue y ámbar de la entrada deja entrever tu figura. Se respira intimidad forzada, sosiego maldito en el hostal de los enfermos. Sigo comunicándome contigo, pero tú sigues en tu merecida pausa, ajeno a todo. Siento que nunca estaré tan cerca. Tu inconsciente ausencia me remueve el estómago unos segundos. Respiro profundamente y maldigo la dependencia mezquina, cruel y a destiempo del que aprende a necesitar a la fuerza. ¿Por qué será que sólo nos acordamos de Rita cuando llueve?. Más allá de la sangre, me une a ti la normalidad rutinaria de tu presencia. Siempre he sabido quién eras, qué clase de persona has sido, eres y serás, y dónde podía encontrarte. Siempre ha sido así y así debería seguir siendo. Bendita monotonía del despreocupado. Veo tu vena conectada a un suero vulgar, frío, como tantos otros…y te siento desubicado, duele y tira la sangre, fuera de sitio, en un lugar dónde no deberías estar si la vida fuese justa y el destino no fuera para ti un esbozo escrito plagado de desencantos...

La nostalgia puede ser una buena aliada cuando se nos presenta acompañada de la necesidad de recordar y no del anhelo de olvidar. Precisamente los recuerdos contigo son los que te reubican en la cotidianidad de mi vida. Encuentro un motivo valiente. Acepto la situación, tu nuevo rol y mi nuevo papel. Respiro hondo, mi cuerpo vuelve a templarse, el tenue ámbar que antes intuía tu figura y te perfilaba el rostro con la crueldad del paciente anónimo, se torna en un ámbar que acaricia tu cara y se convierte en el color de la oportunidad del semáforo que reta al peatón; en nuestra mano está cruzar en cuanto asome el verde esperanza o esperar, con el resignado espíritu del paciente abatido, a que sea el macabro destino el que coarte nuestro caminar y decida por nosotros. Crucemos. Arriba un cielo ennegrecido amenaza tormenta, atrás ha empezado a chispear, no tendría sentido darse la vuelta. No habría tiempo para ello. Bostezo y asiento para mis adentros con orgullo y hombría, con la valentía del soldado inexperto que recibe su primera orden en el campo de batalla. Sin discernir entre la delgada línea que separa al iluso del entusiasta, cambio de postura, trago saliva y me abandono al sueño obligado del que espera el nuevo día. Trataré de conectarme al tuyo, intentaré de alguna manera u otra contagiarte el optimismo del que se resigna a izar la bandera blanca sin haberse enfrentado cara a cara al enemigo antes. Le venceremos, porque somos más y mejores, y porque nuestra lucha es justa. El enemigo se alzó primero. Vamos a pararle los pies, eliminémosle con la misma dureza con la que él se ha rebelado. Le ganaremos y con su huída volverá nuestra rutina, la bendita monotonía del que nada debe y del que nada espera.